Suicidio

El suicidio (del latín suicidium, sui -sí mismo- y cidium -matar-), es la acción de quitarse la vida intencionalmente (Wasserman & Wasserman, 2009). Además de representar una expresión del sufrimiento personal, el suicidio involucra a menudo un gran sufrimiento para las familias, amigos y conocidos cercanos de la persona que lo realiza (Vaughan, 2020; O'Connor, 2021).

El suicidio es parte de un grupo de comportamientos que pueden comprenderse como un espectro o continuo suicida (Wasserman & Wasserman, 2009), que incluye desde las ideas o pensamientos de muerte (pensar en morir o dejar de existir, sin imaginar acciones específicas), ideas suicidas (ideas de muerte imaginando la acción suicida) y deseo suicida, hasta la planificación, intentos de suicidio y suicidio consumado. En términos amplios, estos comportamientos son parte de lo que denominamos “experiencia suicida”, que incluye además procesos psicológicos relacionados con la vulnerabilidad específica al estrés, la construcción de una percepción de amenaza a conceptos centrales, las consecuentes respuestas de estrés en la persona y en los cercanos, y una forma de mantener el sentido personal (Díaz, 2022).

El suicidio no se presenta en relación directa con trastornos de la salud mental. Esto significa que no todas las personas que piensan, sienten deseos o que hacen intentos suicidas están deprimidos o presentan algún tipo de desorden mental. Algunas formas de experiencia suicida son comunes en las personas. Por ejemplo, una gran cantidad de personas ha pensado en morir alguna vez en la vida, usualmente frente a dificultades efectivas o cuando se imaginan escenarios muy difíciles. Es frecuente también que una vez que estas dificultades imaginarias o efectivas se conversan con otras personas (familiares o amigos empáticos o profesionales capacitados) y se encuentran alternativas para “seguir adelante”, la experiencia suicida declina.

Por otro lado, pensar recurrentemente en el suicidio o realizar intentos, no representa una situación de baja gravedad: se requiere un apoyo pronto, empático y efectivo. Los intentos suicidas no son una “búsqueda manipulativa de atención”, sino que son la expresión de un malestar o sufrimiento importantes y significativo. Aquellos que han intentado suicidarse previamente (incluso a través de acciones de baja letalidad) tienen un mayor riesgo de intentos futuros y de morir por suicidio. Por lo tanto, cuando una persona habla de pensar en morir o suicidarse, o ha realizado algún intento, es necesario atender a la fuente del sufrimiento, conversar de ello y además solicitar apoyo de otras personas.

Usualmente las personas que están cursando este nivel de sufrimiento comunican estos sentimientos de una u otra manera, por lo que es importante conversar de lo que nos ocurre, no criticando o enjuiciando la experiencia, sino intentando explorarla y compartirla. La persona que escucha puede tener en mente que la experiencia suicida nunca está causada por un solo factor, y que la persona que está pensando en morir también quiere seguir viviendo por varias razones. Cuando las personas son escuchadas y apoyadas, y gradualmente se van experimentando alternativas a las situaciones que sostuvieron el sufrimiento, la recuperación ocurre (Shneidman, 1993; O'Connor, 2021).

Respecto a los enfoques de comprensión de la experiencia suicida, las principales formulaciones han sido enfoques sociológicos, el enfoque “estadístico” o del “factor de riesgo”, modelos psicológicos, explicaciones de tipo biológico o algunas combinaciones entre estas formulaciones. En la introducción del libro experiencia suicida, hay algunas reseñas a estos modelos, que por motivos de espacio extendemos en esta página web.

Entre los primeros modelos de comprensión sociológicos están las formulaciones de Émile Durkheim, Jack D. Douglas y Jean Baechler.

Desde un enfoque de estudio estadístico en grandes grupos de personas, se han identificado factores de riesgo para el suicidio (WHO, 2021). Esto significa que en cantidades grandes de personas hay algunos aspectos antecedentes que aparecen de forma más frecuente con la experiencia suicida. Ejemplos de estos factores son el acceso a armas de fuego, presentar trastornos de la salud mental no adecuadamente tratados, una elevada auto exigencia, alto aislamiento y soledad, problemas de salud física y el uso de sustancias (alcohol, marihuana y benzodiacepinas, entre otras drogas), entre otros. Sin embargo es importante comprender que el suicidio no está asociado a un solo factor, sino que se explica mejor a través de la influencia de varios factores al mismo tiempo (Baldacara et al., 2020; O'Connor, 2021). Uno de los modelos de integración de factores de riesgo más prometedor, tanto para la investigación como para la prevención, es el modelo IMV del profesor Rory O'Connor (2021).

Dentro de los modelos psicológicos clásicos utilizados como referencia para la construcción de la presente formulación constructivista de la experiencia suicida, están los de Erwin Ringel, Edwin S. Shneidman, Roy F. Baumeister, el Modelo Cop (Cry of pain, Grito de dolor) y el Modelo Integrado Motivacional Volicional del profesor Rory O'Connor.

Es importante recordar que el suicidio sí puede ser prevenido. Los esfuerzos efectivos de prevención del suicidio incluyen: mejorar las comunicaciones entre las personas, de manera que el malestar psicológico o sufrimiento pueda ser atendido y compartido a tiempo; limitar el acceso a métodos de suicidio, como armas de fuego, drogas y venenos; ofrecer tratamiento efectivo para trastornos de salud mental; sugerir abstinencia y ofrecer tratamiento respecto al uso de sustancias (alcohol, marihuana, benzodiacepinas, entre otras); informar de forma muy cuidadosa en los medios de comunicación sobre el suicidio, evitando comentar los medios/formas, sobre-simplificar la explicación y mostrarlo linealmente como la solución para una situación difícil específica; fortalecer los factores protectores (salud general, situación laboral y económica suficiente para sobrellevar dificultades, participar de grupos y experimentarse útil, entre otros) y mejorar la oferta de apoyo terapéutico oportuno en caso de ser necesario. No obstante, es necesario seguir mejorando las estrategias tanto de detección como de prevención.

Además, se han desarrollado intervenciones psicoterapéuticas orientadas a abordar la experiencia suicida. Entre las principales líneas de intervención, están los modelos de Aaron Beck, la aplicación de Thomas Joiner (con Rudd y Rajab), el modelo CAMS de Jobes y los aportes de la terapia conductual dialéctica de Marsha Linehan.

Referencias