Desde un punto de vista objetivo, el estrés denomina a una respuesta no específica o común frente a una demanda. Hans Selye enfatizó esta definición: el estrés tiene un “significado diferente para diferentes personas en diferentes condiciones”, no obstante se mantienen las generalidades de la respuesta. Selye argumentó que el estrés no es lo mismo que la excitación emocional o tensión nerviosa, ya que puede ocurrir bajo los efectos de anestesia en humanos o en otros organismos sin sistema nervioso. En su libro Stress in Health and Disease (1976), Selye revisa algunas definiciones de estrés, entre las que se encuentran la definición utilizada por las ciencias del comportamiento: el estrés es una respuesta a la percepción de amenaza, con la consiguiente ansiedad, incomodidad, tensión emocional y dificultad en el ajuste. Como menciona Richard Lazarus (Lazarus & Folkman, 1984), esta percepción de amenaza es comprensible en términos de interpretación individual, del significado psicológico que la persona asigne a una experiencia particular.
El énfasis en la importancia del significado subjetivo respecto a la “situación estresante” corresponde a una tradición extensa de autores en psicología (para algunos artículos y libros clásicos, ver Bowers, 1973; Endler & Magnusson, 1976; Rotter, 1975; Pervin & Lewis, 1978; Lazarus & Folkman, 1984). Por ejemplo, Henry Murray distinguió entre las propiedades objetivas del entorno ambiental (presión alfa) y el significado de esos objetos en términos de percepción o interpretación personal (presión beta); en un sentido similar, para Kurt Lewin (1936) “la situación debe ser representada en la forma que es 'real' para el individuo en cuestión, es decir, cómo le afecta” (págs. 24-25). La investigación sobre el estrés ya no está dirigida ya sea a los estresores ambientales por un lado o a disposiciones de personalidad por el otro. En cambio, el estrés es considerado como un fenómeno complejo que ocurre y se desarrolla en el proceso persona-ambiente.
La hipótesis planteada por Oscar Jewel Harvey, David E. Hunt y Harold M. Schroder en su libro Sistemas Conceptuales y Organización de la Personalidad (1961) fue que existe una relación entre la complejidad de las aplicaciones conceptuales y la forma de experimentar el estrés (ver Schroder, Driver y Streufert 1967).
Debido a que un sistema conceptual es orgánico, es por lo tanto un sistema que conserva energía cuando no es suficientemente desafiado. Si la experiencia es relativamente simple (baja complejidad), entonces el sistema conceptual que responde a ese dominio puede operar a una complejidad menor que la óptima. Por otro lado, un aumento de desafío por sobre ciertos niveles, también puede implicar que el sistema conceptual se vuelva sub-operativo, disminuyendo su complejidad (Harvey, Hunt, & Schroder, 1961; Schroder, Driver & Streufert, 1967; Laughlin, 2017). Dos aspectos de esta hipótesis son muy relevantes:
Se espera que a mayor abstracción, es decir, a mayor complejidad en las aplicaciones conceptuales, puede observarse cierta tendencia a administrar mejor formas más complejas de experiencia desafiante. En otras palabras, a mayor abstracción o complejidad, mejor sería la tolerancia de la persona al momento de cursar una experiencia de estrés.
Y en segundo lugar, se espera un detrimento importante, independiente del nivel de abstracción inicial, en las operaciones del sistema conceptual.
Ambos aspectos son importantes de considerar en el estudio y la práctica en la clínica de la experiencia suicida. Por un lado, la promoción de alternativismo conceptual, esto es, la capacidad de aumentar gradualmente la abstracción en la entrada en fases suicidas, parece ser central en la intervención en esta clínica. Y por otro lado, resalta el cuidado y atención que requieren los procesos de merma de operaciones cuando la experiencia de estrés es muy alta. En el libro Experiencia Suicida, esto es denominado “integración simplificada” (Díaz, 2022).
Las valoraciones cognitivas son aspectos clave en el surgimiento y desarrollo de la experiencia de estrés. Siguiendo la nomenclatura de Lazarus, y su sugerencia de no considerarla nociones aisladas y no fluidas unas con otras, las percepciones al inicio de la experiencia de estrés pueden ser ordenadas en términos de su valoración: (además de irrelevantes o positivas), de manera desafiante, amenazante o nociva. Las primeras formas de construcción de la situación (“desafiante”) implicarán intentos de aumentar el potencial de dominio y control, crecimiento personal o ganancia. Las otras formas de construcción (“amenaza”) implican algún tipo de anticipación de un peligro que ya se ha experimentado.
En nuestro enfoque, la construcción de amenaza está en función de parámetros personales, es específica al ordenamiento narrativo previo. De ahí que el enfoque planteado en el libro Experiencia Suicida se adecúa a los modelos de vulnerabilidad-estrés, desde luego desde una epistemología constructivista. En esta óptica, y como el lector habrá advertido en la revisión del libro, la construcción de amenaza puede estudiarse en términos generales de organización conceptual, y de manera específica en términos de los formatos integrativos entre las aplicaciones conceptuales referidas hacia Alteridad, Autoimagen y Corporalidad-Mundo.
El estudio de la experiencia suicida puede ser entendido en esos términos: el estudio del dolor psicológico, de los sentimientos de derrota y humillación, o del tránsito entre la ideación a etapas volitivas, entre otros formatos de investigación e integración de datos científicos, apunta a comprender un tipo de respuesta de estrés relacionada con el suicidio.
La construcción de amenaza, que es específica a los ordenamientos narrativos previos del individuo (es decir, a la relación integrativa específica entre sus construcciones de corporalidad-mundo, autoimagen y alteridad), implicará en el caso de que se sostenga en el tiempo, un aumento de clausura en las aplicaciones conceptuales. El concepto de clausura significa que las mismas aplicaciones conceptuales son realizadas en forma repetitiva y al mismo tiempo se reduce la posibilidad de aplicaciones alternativas. El fenómeno de amenaza - clausura entonces se puede caracterizar a través de:
Una conceptualización de la experiencia suicida en términos de respuesta de estrés, conlleva la ventaja de considerar la respuesta global de la persona. Esto significa que se observarán cambios en todos los procesos de construcción de conocimiento. En nuestro enfoque, el clínico atenderá entonces a cambios que ocurrirán tanto en la corporalidad del paciente y su construcción de contextos, como en las referencias a autoimagen y hacia alteridad. Como se vio de forma específica en el libro Experiencia Suicida, aquí se pueden mencionar de forma más general cambios en las instancias de:
Autoimagen.
En psicología se sostiene que las personas, cuando cursan una experiencia estresante, construyen o modifican un “modelo de sí mismo” al mismo tiempo que construyen un modelo personal de la “situación-externa”. Por ejemplo, Lazarus denominó a esto “evaluación de recursos” o “evaluación secundaria” (Lazarus & Folkman, 1984). La persona revisa sus recursos, sociales, físicos, intelectuales, etcétera, para superar la experiencia, pero la experiencia estresante hace salientes, se construyen como emergentes, nuevas representaciones subjetivas de sí mismo y de los otros. Respecto al “modelo de sí mismo”, en la experiencia estresante se pone bajo escrutinio la propia competencia de afrontamiento, de forma más consciente de lo usual (entre otras, el lector puede recordar la propuesta de Roy F. Baumeister respecto a la experiencia suicida). Por tanto, una experiencia de estrés agudo, como es la experiencia suicida, puede conllevar para la persona visiones debilitadoras de sí mismo.
Corporalidad.
Desde el punto de vista científico, uno de los campos más prometedores que podrían servir a los objetivos de integración de los factores heterogéneos asociados a la experiencia suicida es la epigenética del comportamiento, particularmente en relación con el estudio de la respuesta de estrés y neuroplasticidad (Rozanov, 2017). Esto pone el foco en los posibles efectos progresivos de la experiencia de estrés durante periodos críticos de la infancia y juventud de las personas, un grupo particularmente vulnerable en términos de experiencia suicida (Kõlves & De Leo, 2014; 2016). Como se plantea en el libro Experiencia Suicida, durante el continuo suicida la persona puede adquirir afrontamientos que, no obstante pueden reducir la percepción subjetiva de estrés, pueden potenciar la entrada en fases volitivas. Por ejemplo, aislarse, utilizar alcohol u otras drogas. El lector puede hacer la relación entre Corporalidad-Mundo y algunos de los moderadores motivacionales y volitivos en el modelo IMV del profesor Rory O'Connor.
Alteridad.
Durante el curso de la experiencia suicida, los procesos de cierre o clausura en las aplicaciones conceptuales podrían promover cambios en la forma en que la persona se relaciona con otros. La persona podría aumentar la concreción en la interpretación comunicacional (inmediatista, con culpa, de forma altamente sensible, generalista, etcétera), lo que supone un desafío para el entorno interpersonal y un probable cambio en el comportamiento que las otras personas tienen hacia ella (Díaz, 2022). Como se menciona en el libro, esto puede tomar varias formas. La familia o cercanos pueden disminuir por una ventana de tiempo el nivel de desafío o conductas que inciten conflictos, los cercanos pueden evitar compartir experiencias de alta intimidad por razones de desconfianza, pueden físicamente tomar distancia y evitar las comunicaciones, se puede aumentar el nivel de estigma relacionado con la experiencia, pueden aumentar de forma artificial durante un tiempo al nivel de compromiso afectivo, etcétera. Todos estos posibles cambios deben ser considerados por el terapeuta y el paciente, en términos de cómo se construye subjetivamente un sentido de alteridad viable con estos elementos de cambio interpersonal.